La obra propagandística de Fanelli prendió en nuestro país con una rapidez que algunos consideraron asombrosa, pero estaban olvidando, quizá, que el movimiento obrero tenía ya una dilatada experiencia de casi treinta años con períodos de auge y expansión seguidos de una gran recesión propios de las condiciones políticas que imperaban en España.
Está aceptado generalmente que el movimiento obrero to ma carta de naturaleza el año 1840. El 10 de mayo de ese año fue creada la «Asociación de protección mutua de Tejedores de Algodón» o «Sociedad de Tejedores» [218], considerada como el primer sindicato obrero español.
Esta primera manifestación del asociacionismo en nuestro país duró en la legalidad muy poco tiempo, pues fue suspendida definitivamente a raíz del movimiento conocido como «La Jamancia» [219], aunque continuó en la clandestinidad.
De nuevo resurge con fuerza durante el llamado «bienio progresista» y, lo que es más importante para nuestro estudio, aparece en esta etapa el primer periódico obrero El Eco de la Clase Obrera [220]. Sin embargo Max Nettlau [221] pone la nota discordante al citar a The Leader, periódico obrero londinense, del 6 y 13 de septiembre de 1851 en el que se encuentran «indicaciones interesantes sobre lo que se llamó “el primer periódico de los obreros en España”, El Trabajador, Madrid, que defiende la teoría de la asociación, tan popular entonces en Francia. Ignacio Cervera era el propagandista de ese matiz social. [222]»
Nosotros no hemos tenido la oportunidad de consultar estos periódicos, pero Zavala gracias a la generosidad de Clara Lida pudo tener ante su vista el nº 17 del 15 de junio y el nº 27 del 15 de noviembre de 1851.
Gracias al exhaustivo análisis que hace esta autora [223], puede afirmar que, «con El Trabajador y las actividades de que era portavoz podríamos decir que llega a su cúspide el asociacionismo y cooperativismo.» Añadiendo que «el periódico fue suprimido a menudo y por ello varió de nombre remedando los títulos de colegas franceses: El Taller, El Amigo del Pueblo». Sin embargo, Mari Cruz Seoanes [224] nos dice: «Antonio Ignacio Cervera, el gran animador social, fundador de la escuela del Trabajador para la formación de jóvenes trabajadores, funda, junto con Garrido, El Amigo del Pueblo, que hubo de cambiar de nombre sucesivamente por el de El Trabajador, El Taller y La Fraternidad.»
Independientemente de su sucesión cronológica, podemos llegar a la conclusión de que El Trabajador no es propiamente un periódico obrero [225], sino que entra en la órbita de aquella prensa auspiciada por el republicanismo español anterior a la Revolución de Septiembre, dirigida al trabajador y que tenía como objetivo fundamental la creación de asociaciones, cooperativas. Propiciando al mismo tiempo la toma de conciencia del trabajador, pero siempre bajo la égida de aquella ideología.
Prescindiendo de una catalogación precisa de estos primeros periódicos, la cual requeriría un análisis profundo de su contenido ideológico, aquello que nos interesa destacar es el hecho de que comienzan a aparecer en el estadio de la prensa, órganos que conceden a la problemática obrera - sobre todo a las cuestiones relativas a la asociación - un lugar preponderante.
A esta primera experiencia relativamente corta [226], seguirán otras muchas. Aprovechando el período de relativa tolerancia del general Dulce en el período 1864-66, comienzan de nuevo los trabajos de reorganización de las sociedades obreras en Cataluña [227]. En septiembre de 1864 aparece El Obrero, dirigido por Antonio Gusart i Vila [228]. Defendía un cooperativismo poco explícito como señala C. Martí y aunque defiende el apoliticismo del obrero lo hace en forma claramente diferente al que posteriormente defenderían los periódicos internacionalistas españoles.
No obstante, las primeras noticias que a España nos llegan de la Asociación Internacional nos las proporciona este periódico [229]. Tanto éste como La Asociación que aparece el 1º de abril de 1866, dirigido por José Roca y Galés, desaparecieron probablemente en julio de 1866 y con ellos se frustraron de nuevo los intentos obreros por lograr un movimiento coherente.
Pero estas primeras experiencias no serían vanas. Configuraron unos núcleos organizativos obreros que volvieron a cobrar fuerza con la revolución de septiembre de 1868. Este nuevo despertar de la clase obrera coincidirá en esta ocasión con la introducción de las ideas internacionalistas, extendiéndose con enorme rapidez propiciadas por el fermento de una «revolución democrática» y los deseos de emancipación de la clase trabajadora, plasmados hasta entonces en un vago cooperativismo asociacionista.