2.3.1/ Los grupos de acción revolucionaria
Durante el llamado «sexenio revolucionario», la Internacional española fue perseguida y reprimida. En ocasiones con dureza. En los momentos de relativa calma su desarrollo hacía prever un crecimiento enorme de la organización.
Pero le faltó oportunidad. De nuevo es perseguida con dureza bajo la I República, especialmente a raíz de la insurrección cantonalista. Hasta el punto que comienza a ser discutido seriamente en algunos ambientes el paso a la clandestinidad. Se plantea por primera vez el candente tema de la efectividad revolucionaria de una organización pública - expuesta a todo tipo de represión - frente a la acción revolucionaria de una organización secreta. Esta tenía la ventaja de poder asestar golpes contundentes sin un coste demasiado elevado. Aquella podía esgrimir el argumento de que la fuerza del proletariado radicaba en una organización amplia bien estructurada, lo que solo podía realizarse desde la legalidad.
El debate sería aplazado, apenas planteado [349], durante más de siete años. La Internacional española se vio obligada por la fuerza de las armas a pasar a la clandestinidad.
Durante todo este tiempo se tendría ocasión de comprobar los inconvenientes y las ventajas que una situación de esa naturaleza comportaba.
Los trabajos organizativos no cesaron. Solo tomaron otras formas. El primer acto colectivo bajo la situación de dictadura fue la celebración (clandestina) en Madrid del IV congreso en junio de 1884 [350].
2.1.1/ La Internacional es puesta fuera de la ley y sus publicaciones suspendidas
Como antes hemos apuntado, la entrada de Pavía en el Parlamento puso fin a un régimen republicano abocado al desconcierto. Era una forma como otra de cortar el nudo gordiano.
Las medidas represivas - nada originales - tendieron a desorganizar el movimiento obrero como grupo más peligroso por la izquierda. Al mismo tiempo que se intentaba controlar las agitaciones carlistas por la derecha.
Las detenciones de destacados dirigentes obreros fueron muy numerosas. En ocasiones se deportaba de forma masiva a grupos de militantes obreros. En otras ocasiones eran los propios obreros los que huyendo de la represión emigraban a otras tierras, especialmente a América Latina [351].
Como primera medida oficial se promulgó un decreto el 11 de enero de 1874, ocho días después del golpe de estado, por el cual la Internacional era puesta fuera de la ley. De esta forma cualquier acto o manifestación pública de esta organización se pondría automáticamente del otro lado de la ley y podría ser perseguido sin otro requisito.
Por lo mismo los órganos en la prensa que asumieran la condición de ser portavoces de la prohibida asociación se ponían al margen de la ley.
En estas condiciones las publicaciones deberían suspender o cambiar su talante, es decir, deberían disfrazar sus intenciones y presentar públicamente una imagen de neutralidad y despego hacia el asociacionismo obrero. La mayoría de periódicos - ante la imposibilidad de ser ellos mismos - optaron por dejar de publicarse. Solo una revista aceptó el camino del camuflaje, continuando su trayectoria casi sin interrupción hasta 1880: La Revista Social.
Pero había una tercera posibilidad de no detener la propaganda, aunque con grandes riesgos por parte de quienes asumieran la grave responsabilidad de continuarla: las publicaciones clandestinas. Algunas de ellas llegarían a alcanzar niveles de venta y distribución insólitos en una publicación de este tipo, si no se tuviera en cuenta que la organización - pese a llevar vida subterránea - conservó en pié una estructura bastante aceptable y sobre todo, sólida.
2.1.2/ La Revista Social
Esta revista fue concebida en el I congreso de la Unión Manufacturera que tuvo lugar en Barcelona entre el 7 y el 11 de mayo de 1872 [352], como órgano de la misma. Aunque su impulso definitivo lo recibió en el segundo celebrado en agosto de aquel mismo año [353].
Su primer director fue Francisco Abayá hasta enero de 1873 en que fue sustituido por Gabriel Albagés. En el cuarto congreso de la Unión, reunido en Sabadell los días 12 al 19 de abril de 1873 fue elegido para este cargo Rafael Farga Pellicer [354].
Como órgano de la Unión Manufacturera cubrió el espacio informativo de este ramo de la industria. Además incorporó a sus páginas numerosos comunicados y documentos oficiales de la Internacional.
El cambio organizativo provocado por el decreto de disolución de ésta, modificó la estructura de la revista. Después de la suspensión de varios meses entre febrero y mayo de 1874, reapareció de nuevo [355], pero esta vez sin subtítulo. Esto nos da a entender que había perdido su carácter de órgano oficial de la Unión Manufacturera para convertirse en el único órgano público de la Internacional subterránea. Sin embargo, debido a las condiciones de represión que se vivían su carácter es mucho más literario y extremadamente moderado, con muy pocas noticias del desarrollo del movimiento obrero en esos años. Posiblemente cumpliera una función de enlace entre elementos distantes o cubriera otro tipo de actividades menos públicas.
Al hacerse cargo Rafael Farga de la tipografía «La Academia» [356], dejó el periódico en manos de García Viñas, quien lo dirigió hasta su desaparición en 1880.
Progresivamente fue incluyendo artículos de un cariz más abierto. Nettlau sitúa el punto de inflexión en el artículo «La Paz» (aplastamiento del carlismo), del 3 marzo 1876, aunque sus referencias a la libertad eran todavía excesivamente genéricas [357].
Cinco meses después insertó una biografía de Bakunin tomada del Bulletin del Jura [358]. A partir de aquí serían frecuentes los artículos sobre la situación de los deportados a las islas Marianas [359]. También a propósito de conflictos obreros, reuniones o constitución de sociedades [360].
Termes - apoyándose en el testimonio de García Viñas - afirma que a este periódico le sucedió Revista Social dirigida por Serrano y Oteiza en Madrid [361].
Arbeloa por su lado asegura que la continuación fue El Obrero (órgano de las «Tres Clases de Vapor») [362]
Ambos tienen razón, analizando la revista desde ángulos diferentes. Si contemplamos su carácter de órgano internacionalista, no cabe duda que como tal su sucesor podría muy bien ser el que afirma Viñas. Pero si fijamos nuestra atención en el órgano de los manufactureros, carácter con el que nació, es indudable que su continuidad la proporcionó El Obrero, aunque con un contenido e ideología radicalmente distintos a la de su antecesor.
2.2/ Las publicaciones clandestinas
Siendo la propaganda medio vital y plataforma de comunicación indispensable para el desenvolvimiento de cualquier tipo de organización, ésta debe ser mantenida si se aspira a conservar el contacto entre núcleos dispersos de la misma para evitar su desorganización [363].
El paso - forzado - de la Internacional española a la clandestinidad tuvo como consecuencia inmediata la supresión de su propaganda. Pero ya que ésta no podía manifestarse abiertamente, preciso era que lo hiciera guardando la mayor discreción posible [364].
Reducida a límites muy estrechos, se decidió la creación de un número considerable de comisiones de correspondencia y de propaganda que mantendrían relaciones directas con las federaciones locales y con la Comisión Federal. Al mismo tiempo que la propaganda sería continuada clandestinamente por medio de hojas volantes y por el periódico El Orden [365].
Aunque éste fue el más importante, fueron publicados otros periódicos clandestinos a lo largo de este período. En 1874 se publicó Las Represalias [366]. Puede ser considerado este periódico como una declaración de guerra contra la burguesía. Un firme propósito de devolverle golpe por golpe. Poco más podemos decir del mismo faltos de elementos de juicio para su análisis.
Al año siguiente se editó una hoja periódica - de la cual tenemos noticias directas - titulada, A Los Obreros [367]: «Aparecerá cuando las circunstancias lo exijan». En líneas generales es una valoración de la situación creada por la Restauración borbónica y las causas que la hicieron posible.
Dos años más tarde apareció La Revolución Popular [368] igual mente clandestina. Nettlau apunta la posibilidad - muy probable - de que fuera el órgano del "«Comité de Acción Revolucionaria». Después del fracaso - antes de que se llevara a cabo - de la proyectada insurrección republicana, esta publicación intentaría atraer a los militantes republicanos frustrados en torno a un proyecto revolucionario global, sin hacer mención especial de las teorías internacionalistas, pero teniéndolas como plataforma de apoyo [369].
Por último han llegado hasta nosotros dos números de un periódico igualmente clandestino - El Municipio Libre [370] - publicado en Barcelona. Parece tratarse de un estudio sobre las bases político-sociales de una sociedad al día siguiente de la revolución [371].
Lógicamente las imprentas donde fueron impresos estos periódicos clandestinos debían serlo igualmente [372], para escapar a la persecución policíaca.
Lorenzo nos informa que «la imprenta clandestina de Barcelona fue adquirida por la comisión ejecutiva de la Federación barcelonesa y estuvo situada en un taller de tonelería de la derruida muralla del mar, en lo que es hoy paseo de Colón; después en un piso bajo de la Barceloneta, donde había abundancia de papel procedente de la Aduana, y por último, en una zapatería de la calle Provenza. [373]». En esta imprenta se imprimía El Municipio Libre, además de circulares y hojas de propaganda.
Como acabamos de ver tanto los periódicos, como las imprentas donde se editaban, debían practicar el nomadismo como método eficaz de burlar las pesquisas policiales.
2.2.1/ El Orden
Uno de los periódicos clandestinos más importantes fue sin ningún género de dudas El Orden. Comenzó sus publicaciones en 1875 [374].
El hecho de que no hayan llegado ejemplares hasta nosotros, hace que sea muy difícil su análisis que tenemos que limitar a los extractos que nos han trasmitido Lorenzo y el Bulletin del Jura [375].
De su importancia da pruebas la persecución y el acoso a que estuvo sometido por parte de la policía. En 1877 el gobierno ofreció 10000 reales a quien suministrara información de la imprenta donde se imprimía el periódico [376]. Pese a sus esfuerzos nunca llegaron a saber donde se editaba, lo cual presupone un cuidado organizativo nada desdeñable.
Es muy probable que la imprenta fuera improvisada y estuviera situada en casa de algún militante. Morato en su biografía de José Posyol [377], indica que éste poseía algún material de imprenta y se preguntaba si no habría servido para componer El Orden o cualquier otra publicación clandestina.
Al parecer la iniciativa de crear esta hoja clandestina partió de Tomás González Morago [378]. En ella colaboraron conocidos anarquistas como Serrano y Oteiza [379]. Nemesio Gili que se prestó a sustituir a Albarracín en la cárcel mediante una estratagema, fue «puesto en libertad en el año 75 y habiéndose creado la hoja revolucionaria clandestina El Orden durante el primer período de la Restauración y bajo el mandato de Cánovas escribió en ella y apoyó con cuantos recursos pudo en metálico a su mantenimiento. [380]»
Jacobo Sánchez, de la sección varia de Madrid, estaba encargado de recoger los fondos entre los grupos secretos de Madrid [381]. Al parecer también José Adset tuvo un papel destacado en la distribución de este periódico [382].
Un número de marzo de 1876, fue enteramente consagrado a conmemorar la Commune de París [383]. Lorenzo nos trasmite extractos de los números 40, octubre 1876 (pags. 386-390); 42, marzo 1877 (pags. 382-384) y 46, ago. 1877 (pags. 391-393)
2.3/ La práctica de la clandestinidad
Pedro Esteve declaraba que en el período de 1873 a 1881 la organización se mantuvo en unas condiciones muy difíciles (clandestinidad), lo que prueba el arraigo que las ideas habían adquirido. No se dejaron de publicar periódicos, ni de tener conferencias o de llevar a cabo actos de represalia. Lo que no se podía hacer públicamente se hacía en secreto, pero se hacía. Pocas asociaciones secretas presentan una historia tan brillante [384].
Nettlau señala, a su vez, que España no es un caso único, aunque sí poco frecuente en la historia socialista, remarcando los ejemplos de Rusia, Alemania, Austria. Afirma este autor que:
«L’exemple de l’Espagne, de 1874 à 1881, est cependant le moins connu dans ses détails avec celui de l’Italie… [385]»
Efectivamente, como ya dijera Álvarez Junco, para este período «el libro de Lorenzo es fuente primordial y casi única [386]».
En estas difíciles condiciones. Ante la imposibilidad de celebrar congresos regulares, se decidió poner en práctica el sistema de conferencias comarcales que serían celebradas cada año «con la asistencia a cada una de ellas de un delegado de la Comisión Federal, portador de la orden del día, de los acuerdos y de los votos, para reunirlos después en un todo común en el seno de la Comisión Federal. [387]»
Aquello que más nos interesa destacar de esta reforma en los estatutos de la Federación Regional es el carácter progresivamente revolucionario que fue adoptando la Asociación y las sucesivas transformaciones que se operaron en la misma.
Consecuencia directa - independientemente de que esta evolución respondiese a causas objetivas o se ciñeran exclusivamente a un subjetivismo radical [388] - sería el enfrentamiento posterior entre una concepción ilegalista de la lucha revolucionaria y un intento de aprovechar los medios legales con el fin de crear una potente organización obrera que hiciese frente - con ciertas probabilidades de éxito - a la burguesía. La FTRE, sin embargo, no modificó la estructura organizativa de la época clandestina en lo que hace referencia a los congresos comarcales, a pesar de reunirse anualmente congresos regulares de la Federación. Esto hizo que la Comisión Federal fuera acumulando un cierto poder en sus manos que provocó - junto a otras múltiples causas - las crisis de las que tendremos oportunidad de hablar en el próximo capítulo.
Una de las primeras víctimas de estos enfrentamientos fue, de nuevo, Anselmo Lorenzo [389]. Miembro de la Comisión Federal en 1880, se vio envuelto en una campaña de difamación por manipulación en la constitución de aquella. En febrero del año siguiente fue convocada la Comisión Federal a una Conferencia Regional para responder a las acusaciones. El único en asistir fue Anselmo Lorenzo, quien se vio expulsado de la organización [390].
2.3.1/ Los grupos de acción revolucionaria
Como resultado lógico de las condiciones de clandestinidad en que la Federación española debía desenvolverse, fue contemplada - en las conferencias comarcales de 1876 - la creación de grupos para la acción revolucionaria socialista. La Comisión Federal procedió - según los acuerdos - al nombramiento de los miembros que debían integrar el Comité de Acción Revolucionaria [391]. Al mismo tiempo que redactaba una breve normativa de 8 puntos por la que había de conducirse [392]. En diciembre de 1876 fue constituido dicho Comité [394], el cual se movilizó ante los insistentes rumores de un próximo movimiento político protagonizado por los republicanos [395]
Aunque las expectativas se vieron frustradas, las revueltas agrarias que comenzaron a patentizarse a partir de 1878 en Andalucía, provocadas por la progresiva miseria de los jornaleros y la situación de crisis general, crearon nuevas condiciones para insistir en la línea revolucionaria [396].
Estos grupos de acción revolucionaria subsistieron junto con la Internacional secreta, aún después de que la asociación decidiera el camino de la organización pública.
Es muy probable que el hilo conductor que propició dicha continuidad fueran los núcleos dispersos de la Alianza que todavía quedaban, aunque ninguna constancia tenemos de ello.