En otro lugar hemos hecho alusión a que la propaganda anarquista encontró muchas veces un aliado insospechado en aquellos periódicos, libros o folletos que de una u otra forma intentaban rebatir sus argumentos o demostrar la falsedad de sus premisas [295]. Conocida es la polémica desatada entre La Igualdad y La Solidaridad - en la que también intervino La Federación - sobre la participación política del movimiento obrero [296].
No menos importante fue la polémica que inició El Derecho de Pontevedra, periódico federal, al criticar la decisión que fue adoptada en el congreso de Barcelona con respecto a la política [297]. Fue rápidamente contestado por los periódicos anteriormente citados.
A raíz de la Conferencia de Valencia [298] - de carácter reservado, más que secreto - se realizó un mitin de controversia en el patio de la Universidad en el que tomaron parte por el lado internacionalista Tomás de Palma, Margalló de Barcelona y Mora de Madrid y por parte de las autoridades académicas o contradictores, el propio rector Pérez Pujol y Moreno Villa, catedrático de economía política, a quienes se sumó a lo largo del debate el abogado señor Segura [299].
El debate muy animado e interesante, con bastante afluencia de público, fue dado a conocer minuciosamente por un diario poco sospechoso de ideas afectas a la Internacional: Las Provincias [300].
Seguramente la expectación causada por el propio hecho, obligó a este periódico a incluir en sus páginas un detallado estudio de la Internacional, no solo en nuestro país, sino también en el exterior [301]. Lo que más sorprende del mismo es su rigor y la erudición de que hace gala el autor. En un tiempo en que era corriente confundir agrupaciones de diversa índole, da muestras de conocer de forma directa el desarrollo de los sucesivos congresos y las tendencias que en cada uno se manifestaron [302].
Sus argumentos iban - desde luego - encaminados a rebatir las doctrinas emanadas de la Internacional, pero no cabe duda que al mismo tiempo dio a conocer esta Asociación, y las ideas que sustentaba, a un amplio sector de gente que de otro modo posiblemente nunca se hubiera enterado de su existencia.
Para tener una idea aproximada de esta propaganda negativa y de su extensión, habría que llevar a cabo un pormenorizado estudio de la prensa local y de sus artículos, sueltos y opiniones al respecto de la Internacional. Estudio que - según creemos - solo se ha llevado a cabo de forma parcial y fragmentaria.
Pero esto que hemos señalado es solo una parte. Habría otra que más que rebatir, intentaba «exorcizar» el mal representado por los obreros agrupados en el seno de la Internacional [303]. Esta literatura se dirigiría a descalificar globalmente los presupuestos internacionalistas [304] Con los sucesos de la Commune en Francia que causaron honda impresión en nuestro país [305], empezó a cobrar una importancia inusitada hasta entonces y a ser vista desde la perspectiva de la «subversión». Ya hemos hablado y es bien conocido el debate que suscitó en las Cortes sobre si la tal Asociación podía o no ser considerada legal [306].
La Revista Social de Barcelona [307], se hizo eco de esta inmensa literatura y después de hacer un análisis de la prensa de la clase media [308], que se muestra unánime en sus ataques a la Internacional y sobre todo del periódico Messager du Midi del 20 de septiembre de 1873, acaba profetizando que «las persecuciones fomentan las ideas y adelantan su triunfo.»
Incluso obligó al Consejo Federal a lanzar un «Manifiesto de la Internacional sobre la prensa española» [309], saliendo al paso de las calumnias y falsedades que sobre la asociación se vertían constantemente en los periódicos no ligados de forma directa a ella.
El producto más acabado de esta literatura fue la revista La Defensa de la Sociedad, fundada con el solo y exclusivo objeto de atacar a la Internacional [310].
Debemos señalar, sin embargo, que en muchísimas ocasiones lo que hemos llamado «literatura negativa» consiguió los fines que se proponía. El ejemplo más espectacular fue la campaña de prensa que se desató alrededor de los sucesos de la llamada «Mano Negra», en 1883. Ello obligó a la FTRE a adoptar posturas ultra- legalistas para evitar en lo posible el desprestigio a los ojos de la opinión pública. El precio pagado fue demasiado alto.