Con la introducción del individualismo anarquista en España - al parecer siguiendo la misma vía que tomó el anarco-comunismo: la villa de Gracia - uno de cuyos órganos en la prensa más representativos fueEl Porvenir Anarquista se inició en España una saga de periódicos y revistas muy próximos a esta tendencia. Sus características principales serían su violento lenguaje y su efímera vida. Algunos se sucedieron a sí mismos con el nombre cambiado para evitar la represión policial a que se veían constantemente sometidos por sus especiales cualidades.
Su período de efervescencia se sitúa entre 1890 y 1896 [703]. Sus áreas de influencia fueron: Barcelona, Gracia, Sabadell, Valencia, Zaragoza, Bilbao, San Sebastián, Algeciras, Sevilla y Reus, principalmente [704].
Partían todos ellos de una repulsa a los sistemas organizativos hasta entonces ensayados. La opinión que les merecían era prácticamente la misma que la expresada por La Unión Obrera de San Martín de Provençals:
«La organización trae en sí el germen de la sumisión, del idiotismo e imbecilidad. [705]»
Este rechazo les constreñía necesariamente a la búsqueda de nuevos modelos organizativos basados en «las relaciones: el origen de la crítica, examen y, por ende, principio esencial del estado racional y científico. [706]»
Pero la desorientación en un primer momento era la tónica general. Paul Bernard - antiguo redactor de El Porvenir Anarquista - lo exponía de modo claro. Después de lanzar severas críticas a la organización y de hacer apología de su contrario, añadía:
«El período ciego en el cual entramos ha arrojado algún desorden en nuestras filas, estamos desorientados, y esto no podía menos de suceder. El ciego que recobra la vista, no puede mirar al sol impunemente, y preciso es que nos acostumbremos a ir solos, libremente. [707]»
Miguel Rubio - uno de los primeros anarco-comunistas españoles - publicó en SevillaLa Tribuna Libre. Su primer número apareció en diciembre de 1891, sin lograr ir más allá del número tres. Seguramente debido a la acalorada defensa que hizo de los sucesos de Jerez [708].
En Zaragoza la propaganda periódica anarquista hizo su aparición de la mano de los anarco-comunistas. El Rebelde inició la serie en septiembre de 1893. Su actitud en defensa de Paulino Pallás significó su fin [709].
Como eco lejano apareció a más de un año de distancia El Eco del Rebelde [710]. Sus características serían idénticas a las de la anterior publicación. Su rechazo de cualquier tipo de programa y por consiguiente de la organización (del tipo que fuere), la fundamentaban en la imperfección de los mismos y en el implícito freno al progreso que en sí llevan. Este supone la sentencia de muerte para la organización que con el tiempo hará fatalmente efectiva [711].
Cuando fue suspendido por orden gubernativa se sucedió a sí mismo con el nombre de El Invencible en el que afirmaba la redacción:
«si fuera suspendido saldría otro, y luego otro, con un nuevo redactor responsable y así hasta que no quedemos ninguno por las calles de Zaragoza. [712]»
A su vez sería denunciado por partida doble y su director encarcelado [713].
El Comunista sería el último de la serie, con idénticas características. Tampoco duraría mucho [714]. Al parecer los responsables de estos periódicos eran, entre otros, Juan Palomo y Palmiro, de los cuales lo ignoramos todo, salvo que eran anarquistas.
De modo similar los anarquistas de Sabadell, en homenaje a su correligionario francés Ravachol, guillotinado el 11 de julio de 1892, publicaron un periódico con este título [715]. Rápidamente fue suspendido y su director - Joaquín Pascual - perseguido y encarcelado, acabaría por escaparse de la cárcel [716].
Poco tiempo después aparecería El Eco de Ravachol que correría parecida suerte. El número 3 fue denunciado y su director - F. Toronell - encarcelado y procesado [717].
El último periódico - Ariete Anarquista - apareció en Barcelona en marzo de 1896, casi un año después de que fuera suspendido La Nueva Idea de Gracia a raíz de la arbitraria e injusta denuncia de que fue objeto [718].
Estos periódicos, por las condiciones de semi- clandestinidad en que tenían que desenvolverse, no disponían de redes de distribución adecuadas y veían su campo de acción muy limitado. Apenas si iban más allá de la localidad en la que se editaban. La financiación era generalmente voluntaria. Por ello el déficit aumentaba a cada número [719]. Su periodicidad, por lo mismo, era muy irregular y se limitaban a la fórmula: «Aparecerá cuando pueda.»