Cuando todo parecía indicar que los enfrentamientos teóricos entre anarco-colectivistas y anarco-comunistas habían llegado a un punto en que parecía posible y deseable el entendimiento entre ambas posturas ideológicas, Ricardo Mella y la federación local de Sevilla se mostraron irreductibles en sus posiciones.
Como primera medida, sacaron a la luz el órgano La Solidaridad, declarando:
«Negando el principio de autoridad, afirmamos la necesidad de la organización (…) proclamamos la federación de todas las fuerzas sociales. Somos pues federalistas. [645]»
Por si su postura no había quedado suficientemente clara publicaron una serie de artículos con el título de «Sinopsis social/ La anarquía, la federación y el colectivismo [646]». En la última entrega se recogían afirmaciones muy interesantes:
«Si el individualismo ha arrojado al hombre a la rapiña y a la insolidaridad, el comunismo lo empuja a la tutela, a la negación de sí propio y le convierte en un simple instrumento de la sociedad o del Estado, dos cosas idénticas con nombres distintos. ¡En nombre de la libertad rechazamos el comunismo! ¡En nombre de la solidaridad rechazamos el individualismo! Tal es nuestro punto de vista./ La libertad y la solidaridad bastan para resolver el problema. De aquí la escuela colectivista. [647]»
Su oposición a la celebración del congreso de Valencia la fundaban en lo precipitado de su convocatoria, habiéndose pedido - por una parte de la Federación - un aplazamiento del mismo. Afirmaban «no representar una opinión aislada y personal, ya que La Solidaridad refleja la tendencia de la mayor parte de una comarca y principalmente la de los compañeros de Sevilla. [648]»
Con todo se dirigían al congreso diciendo que lo ideal sería reducir a simples funciones administrativas todas las delegaciones.
La celebración de este congreso - como es sabido - supuso la desaparición definitiva de la FTRE y la creación en su lugar de la OARE. La Solidaridad analizó sus consecuencias detalladamente:
«Dos puntos principales se señalan como defectos capitalísimos de la organización federativa de la Regional: su reglamentación y su base orgánica de resistencia. [649]»
Es muy interesante el análisis que hacía de las críticas que se dirigieron al exceso de atribuciones de las comisiones, que ciertamente invadían terrenos que pertenecían a la autonomía de las organizaciones, por cuanto al referirse a los periódicos que bastaban para las necesidades de las relaciones, la estadística, etc., ponía el dedo en la llaga cuando se preguntaba:
«¿Y qué es un periódico que hace todo eso? Pues una comisión más poderosa que todas las por nosotros nombradas pues que tiene en su mano un arma formidable el mismo periódico, arma con la cual no solo se convierte en un poder real, sino que también nos exponemos a todos los perjuicios que por otro lado nos pudieran venir. [650], pero sus redactores, disconformes con la medida, decidieron sacar a luz otro periódico que continuara la lucha en el sentido emprendido por la publicación anterior [652]. De este modo nació La Alarma. Si el título era significativo, no lo era menos el subtítulo: «Anarquía - Federación - Colectivismo.» (la fórmula típica de la Internacional española).
No duró mucho - apenas nueve meses, con 25 números publicados - pero todavía en el último, los redactores se mostraban optimistas, afirmando que se publicaría todos los días pares. Con La Alarma se extinguió en España el último eco del anarco-colectivismo.