La progresiva desorganización del movimiento obrero español de tendencia anarquista a partir de la disolución de la FTRE, fue momentáneamente detenida por la confluencia internacional en la celebración de los primeros de mayo. En España - al igual que en el resto de Europa - el primer primero de mayo se celebró en 1890, decidido en el congreso de París del año anterior [670]. Las tácticas socialistas y anarquistas se dividieron casi de inmediato. Mientras los primeros abogaban por una masiva manifestación obrera, seguida de un pliego de peticiones al gobierno, para apoyar la reducción de la jornada de trabajo. Los segundos apoyaron decididamente la huelga general, como único medio de conseguir la jornada de ocho horas.
Todos los periódicos anarquistas que en ese momento se publicaban [671], se pusieron sin reservas del lado de la huelga, que alcanzó especial virulencia en este primer 1º de mayo [672].
Como consecuencia El Productor sufrió una suspensión de dos meses [673]. La Víctima del Trabajo de Valencia vio asaltada su redacción, siendo suspendido por más de tres meses [674]. Igual suerte le cupo a El Jornalero [675].
El Pacto de Unión y Solidaridad celebró un congreso en 1891 [676] y conocemos referencias del mismo hasta 1893. La celebración de los primeros de mayo siguieron la misma tónica del primero hasta ese mismo año, en que es visible la decadencia. Los espectaculares atentados de 1893 contribuyeron a destrozar en mil pedazos estos tímidos intentos de reorganización que en esencia significaron el fracaso de unas tácticas que se habían demostrado inoperantes.
Progresivamente fueron desapareciendo los periódicos que habían sido testigos directos de la lenta decadencia organizativa del movimiento obrero y se vieron totalmente incapaces de superar los viejos moldes.
Los Desheredados [677], apareció con motivo de la celebración del 1º de mayo. Pocos meses después - en julio - dejaba de publicarse.
En mayo de 1891 fueron colocadas tres bombas en la Alameda de Cádiz. La policía detuvo a los más significados anarquistas, entre los cuales se encontraba Fermín Salvochea [678]. Como consecuencia El Socialismo - con todos, o gran parte, de sus redactores en la cárcel - cesó en sus publicaciones.
A raíz del atentado de Paulino Pallás al general Martínez Campos, los impresores de Barcelona se negaron a que El Productor fuera editado en sus talleres [679].
El vacío dejado por estas publicaciones intentaría ser ocupado por otras de un cariz muy diferente. La confianza en la inmediata revolución social sería su nota más destacada [680].
4.2.1/ La Anarquía y La Idea Libre de Madrid. El Corsario y El Productor de La Coruña
Paralelo a la desaparición de los periódicos anteriormente citados, comenzaron a surgir otros con el propósito definido y concreto de continuar propagando la ideología anarquista.
El clima de violencia que fue haciéndose cada vez más angustioso a partir del inicio de la década de los noventa, no favoreció precisamente sus objetivos.
Las constantes persecuciones a los anarquistas entre los cuales habían muchos corresponsales de estos periódicos, hacía que su vida se viese sometida a una precariedad económica difícil de superar.
A un mes de la suspensión de El Productor de La Coruña, la imprenta «El Progreso» lanzó una hoja [681] con el extracto de cuentas de la misma. En esta hoja se incluye un manifiesto «A los habituales lectores del Corsario y Productor».
En primer lugar afirmaban no saber como habían llegado hasta allí, sobre todo a partir de junio [de 1896]. únicamente el haber tenido imprenta propia les había permitido mantenerse.
«La situación económica de nuestra prensa es en general precaria, porque como no vive del chantage ni de ninguna clase de mercantilismo y sus sostenedores son los desheredados (…) Y por ende, compañeros corresponsales presos, huidos otros, perseguidos con saña todos, y ferozmente acorralados cuantos compañeros podían cazar…»
Y esto que ocurría en Barcelona se extendió a toda España quedando muy pocos lugares en que no se hubiera dejado sentir el rigor policial. El periódico y sus lectores eran perseguidos. La represión se extendió incluso al exterior, a América Latina, sobre todo.
Todo este estado de cosas generalizado hizo que se dificultasen las relaciones, ya que no se podían realizar libremente por temor a la represión. Consecuentemente la distribución de los periódicos comenzó a reducir su área de influencia y se limitó su espacio geográfico hasta casi reducirlo a la localidad donde físicamente se editaba.
«Asi, pues, hay que obrar con cautela y hacer el máximo de propaganda con el mínimo de peligro posible.»
Mostraban, por último, su interés de continuar la propaganda por los medios a su alcance, aún sin disponer de periódico.
La Anarquía continuadora de la tradición periodística de los anarquistas madrileños, apareció a mediados de 1890 [682]. En su programa pueden apreciarse reminiscencias colectivistas muy atenuadas [683], las cuales irían diluyéndose en un anarquismo sin programa hasta desembocar en el de La Idea Libre, continuadora de aquel. Quien afirma expresamente carecer del mismo porque no son ni profetas ni legisladores. A tenor de los tiempos aspiraban a «coadyuvar, por medio de la propaganda razonada y científica, a llevar al conocimiento del mayor número la necesidad imperiosa, justa irrebatible de transformar las bases antinaturales que sustentan esta sociedad… [684]»
Era «Ernesto Álvarez de regular estatura, de barba castaña recortada, como la lleva la mayoría de las gentes y sin que sus cabellos tengan nada de melena ni por lo negros ni por lo largos.»
Esto insertaba El Globo en sus páginas en respuesta a una semblanza caricaturesca publicada por La Época:
«El director de La Anarquía, Ernesto Álvarez, principal agitador de Madrid, es de pequeña estatura, una larga barba apostólica, casi blanca y sus cabellos caen en desarregladas melenas sobre sus orejas. [685]»
En esos momentos se encontraba en la cárcel [686]. Las sucesivas denuncias que recaían sobre el periódico [687], a lo que sumaba en esta ocasión la detención del director, obligaban en ocasiones a suspenderlo por un tiempo. En estas condiciones se vieron constreñidos a suspender definitivamente en junio de 1893, por problemas económicos.
En abril del año siguiente de nuevo tomaban la iniciativa. Imposibilitados de hacer uso del antiguo nombre por causa de la represión contra el anarquismo, adoptaron el de La Idea Libre [688]. De línea similar si no igual a su antecesor mantuvo, en la medida de sus posibilidades, la propaganda ácrata. Colaboraron en él anarquistas de toda España y sirvió de fermento aglutinador de los pocos núcleos anarquistas que todavía quedaban en Madrid.
Sorteando como podía las denuncias que le caían o las suspensiones por causa de los atentados [689], llegó a adquirir una vitalidad inesperada. Le cupo el triste honor de ser el único periódico anarquista que se publicó entre agosto de 1897 y enero de 1898 [690]. Al calor del resurgir del movimiento anarquista en Francia, donde Le Libertaire se planteó su transformación en diario [691], La Idea Libre, difusor de la noticia en España, lanzó la propuesta de iniciar las gestiones para la edición en ésta de un periódico diario [692].
Leopoldo Bonafulla acogió la idea con gran entusiasmo. Desde Marsella donde se encontraba exiliado, escribió varios artículos en apoyo de la iniciativa [693]. Pero las dificultades económicas por las que atravesaba el periódico madrileño no permitían acoger empresas de tamaña envergadura [694].
Hasta tal punto se vio en apuros que tuvieron que tomar la determinación de trasladarlo a Valladolid, donde algunos grupos se habían ofrecido a hacerse cargo del mismo [695]. Con el traslado transformó su nombre en el de La Protesta.
Algunos meses antes de que en Madrid apareciese La Anarquía, los anarquistas gallegos iniciaron en La Coruña la publicación de El Corsario [696]. Al igual que los anarquistas madrileños, decidieron continuar la intensa labor propagandística desarrollada durante la I Internacional [697]. Esta voluntad se vio truncada en numerosas ocasiones.
Las condiciones de represión que se vivieron a raíz de los atentados de Pallás y Santiago Salvador suprimieron el periódico de un plumazo. Y las precarias condiciones económicas lo mantuvieron en esa situación a lo largo de nueve meses.
En febrero de 1894 publicaron un suplemento en el que se plantearon la necesidad de seguir editándolo: «¿Podremos continuar con esta publicación después de un período más o menos largo de suspensión? [698]»
De lo que sí estaban convencidos era de que debían continuar la propaganda y la ayuda a los presos que ya se contaban por centenares. De esta forma en septiembre de 1894 sale de nuevo [699], «volvemos hoy con más bríos que nunca, animados del más entusiasta espíritu batallador (…) Somos anarquistas, sí, y todas nuestras fuerzas físicas morales e intelectuales son para la Anarquía…»
Dado que las denuncias no eran suficientes, las autoridades presionaron a los impresores de la localidad para que se negaran a imprimirlo. Ante esta nueva situación planteada se vieron en la tesitura de aceptar pasivamente la medida - tal como le ocurrió a El Productor de Barcelona - o adquirir los medios necesarios para confeccionar el periódico y no tener que depender de las imprentas burguesas. De este modo nació la imprenta «El Progreso» [700].
La suspensión definitiva fue decidida por sus mismos redactores, justificando esta medida por la aprobación de la ley de represión del anarquismo [701].
Con todo, al cabo de poco más de una semana decidieron intentarlo de nuevo y sacaron a la luz El Productor, que apenas llegó a alcanzar cinco números [702].