La desorganización del movimiento obrero y la dispersión del anarquismo carente de una infraestructura de coordinación lo suficientemente sólida, favorecieron en gran medida los propósitos del gobierno de acabar con el movimiento.
Dada la estructura organizativa de la OARE de la que estaban excluidos los congresos; sin desarrollo - ni en la teoría ni en la práctica - de una coordinación de grupos que favoreciera e impulsara nuevas formas de organización. Estas se basaban, principalmente, en las relaciones que se establecían de forma espontánea sin criterios ni objetivos definidos.
En estas condiciones, el periódico debía desempeñar un rol de primer orden en el establecimiento de una estructura coherente, aunque fuera a un nivel muy elemental. Pero al mismo tiempo la fragilidad del medio periodístico anarquista en aquellos años lo hacían aún mucho más vulnerable a las denuncias y a los secuestros [734]
La mayoría de periódicos tuvieron vida efímera y los de más larga duración - muy pocos - soportaron graves crisis económicas.
Las primeras disposiciones represivas dirigidas específicamente contra el anarquismo se remontan a las persecuciones contra la AIT:
«Esta secta comunista, verdadera conspiración social contra todo lo existente, que proclamándose a sí misma como la más absoluta negación de Dios y el Estado, de la propiedad y de la familia pretende elevar a la categoría de principios político- sociales teorías que en toda sociedad organizada no pueden considerarse de otra manera que como la utopía filosofal del crimen. [735]»
El 30 de junio de 1887 se promulgó la ley de asociaciones que estaba en suspenso desde el golpe de estado de Pavía. Esta ley era muy restrictiva [736]. Sin embargo se estableció una especial vigilancia sobre las sociedades anarquistas. A raíz de los sucesos de Jerez - en abril de 1892 - el gobierno llevó a cabo una serie de investigaciones para disolver el mayor número posible de agrupaciones anarquistas, apoyándose en la presunción de ser contrarias a la moral pública.
Un endurecimiento mayor se produciría a raíz de los atentados terroristas «primeramente por medio de circulares del fiscal del Tribunal Supremo, que recuerdan las posibilidades de castigo que el código contiene [737]». Más adelante la ley de 10 de julio de 1894 desarrollaría estas disposiciones, estableciendo la pena de muerte para los terroristas.
Con la transferencia a la jurisdicción militar de la competencia en casos de terrorismo, la represión contra el anarquismo se intensificó. La ley del 2 de septiembre de 1896 culminó este proceso, autorizando al gobierno a suprimir periódicos y centros anarquistas o bien a desterrar a los que propagasen estas ideas [738].
4.5.1/ Los atentados y los periódicos
Como afirma Rafael Nuñez: «nos parece esencial distinguir las diversas etapas del terrorismo, ya que no son en absoluto equiparables, cada una tiene unas características propias muy definidas. [739]»
Se refiere en concreto a la última década del siglo pasado y a la primera del presente que tienen diferencias lo suficientemente importantes como para que no puedan ser integradas en una unidad o en un proceso de desarrollo.
Se podría también, quizá, incidir en el hecho de que el fenómeno denominado terrorista no es privativo de la ideología anarquista, ni responde a un desarrollo del individualismo como tendencia en el seno del propio anarquismo. Es un fenómeno común a toda formación política (incluido el Estado como representante de la legalidad vigente). Que este sea o no utilizado depende de causas coyunturales que sería necesario analizar en cada caso.
Si el anarquismo se ha identificado en muchas ocasiones con el terrorismo, esto ha obedecido principalmente a la propaganda sistemática que desde el poder se ha llevado en contra de dicha ideología, sin ser desdeñable una cierta corriente historiográfica claramente reaccionaria que ha mantenido sin grandes cambios la misma valoración histórica del anarquismo.
Sin embargo los atentados anarquistas han estado casi exclusivamente centrados en la última década del siglo y respondían - en líneas generales - a una coyuntura internacional de represión contra los anarquistas que hizo que confluyeran en Barcelona grupos de distintos países - Francia e Italia principalmente - acosados por la policía [740]. Esto unido al fracaso organizativo que supuso la desaparición de la FTRE y la inoperancia de la OARE y el Pacto de Unión y Solidaridad, junto con el fracaso del 1º de mayo de 1890 - y especialmente de 1892 - hizo que el individualismo anarquista fuera cada vez ganando más adeptos [741]
Las conexiones entre la propaganda - especialmente el periódico - y los atentados son difíciles de establecer. Es indudable que algunos anarquistas, redactores de algún periódico, participaron en ellos. Francisco Ruiz, colaborador de La Anarquía de Madrid, resultó muerto al colocar una bomba en la residencia de Cánovas en junio de 1893 [742]. Algunos periódicos hacían especial referencia a las prácticas violentas: «La fuerza se repele con la fuerza, por eso se inventó la dinamita [743]». Por los años de finales de siglo circuló una publicación con el título de El Indicador anarquista [744], «colección de reglas sencillas para fabricar económicamente explosivos y para usarlos sin peligro del actuante [745]». Pero generalmente se actuaba a la defensiva. Y por regla general no son excesivamente válidos como instigadores de la acción, si otras causas más profundas no se suman a ello.
Alberto Aguilera [746], analizando este fenómeno en una coyuntura histórica diferente, constataba que los terroristas de la dinamita habían pasado a la historia y que de la bomba pasaron «al revolver y al puñal, concretando en las altas jerarquías sus venganzas.» Y a renglón seguido se preguntaba:
«¿Pero son estos crímenes el resultado fatal de la propaganda de los pensadores; son consecuencia perseguida, o prevista siquiera, de la devoción al ideal? ¿Que nexo puede existir entre el libro, el periódico doctrinal y aún entre los organizadores del anarquismo como partido y esos atentados que de cuando en cuando conmueven la conciencia universal…? Este es el nudo, la suprema dificultad del problema anarquista para el sociólogo que pretende investigar la génesis del crimen.»
4.5.2/ Los procesos de Montjuic
Como es bien sabido, la bomba que fue lanzada al paso de la procesión del Corpus por la calle de Cambios Nuevos de Barcelona [747], dio lugar a una persecución sistemática de anarquistas en toda España y especialmente en Cataluña. Los sótanos del tenebroso Castillo de Montjuic se llenaron de militantes ácratas, envueltos todos ellos en los tristemente célebres procesos de Montjuic.
El celo represivo alcanzó incluso a prestigiosos intelectuales como Pedro Corominas, cuya conexión con el anarquismo era meramente literaria. Como es lógico se dictaron leyes especiales de represión del anarquismo [748] y su prensa fue totalmente suprimida.
Faltos de medios de expresión propios en el interior, debieron recurrir a la solidaridad internacional. Salvando las irregularidades en los procesos, las torturas y demás salvajadas que se perpretaron, escudadas en la impunidad, nos interesa destacar el poco eco favorable que despertaron en los medios de información cotidianos. Habría que esperar algún tiempo para que se alzaran voces de protesta por las irregularidades que se cometían. Pero ya era tarde. Muchos inocentes fueron pasados por las armas y otros deportados.
Las consecuencias no se harían esperar. La más espectacular fue la muerte de Cánovas del Castillo a manos de Angiolillo en 1897 [749]. A más largo plazo, el espectacular resurgimiento del anarquismo a principios de siglo quizá pueda ser explicado, en parte, por las campañas de prensa que se lanzaron a favor de la revisión de aquellos siniestros procesos.